No sé en cuántos grupos de Whatsapp estoy. 

Todos silenciados.

Uno de ellos es una comunidad de expatriados-guiris-extranjeros difusos (y ociosos) en la ciudad de Croacia donde me encuentro en estos momentos.

Es como un tablón de anuncios de apartamentos para compartir, trabajos esporádicos para nómadas de habla inglesa, avisos de gatos perdidos (y algún que otro niño de padre aficionado a la Guiness), consultas sobre el mejor sitio para ponerte la vacuna, comprar la píldora del día después o curar un traumatismo post-resaca, y planes de aventura (borrachera incluida).

Alguna vez emerge en mí un impulso (contrario a mi naturaleza) de conexión con la comunidad. 

Y me meto en el chat.

A principios de la temporada de verano alguien anunció una “underground psytrance rave” en una localización secreta del bosque, cerca de una fortaleza medieval.

Y yo no pude más que imaginarme esto:

Pero mi hermana me aterrizó rápido diciéndome que más bien sería así:

(Ni lo acompaño de banda sonora, por eso de evitar dolores de cabeza)

Estaba claro que me había aferrado a una visión idealizada de algo que existió cuando yo aún no había nacido.  La historia de mi vida.

El tema me dejó pensando.

O quizás fue Google que nos escuchó mientras hablábamos, porque tras la conversación me salió sugerido el vídeo “Dentro de la última comuna hippy perdida de Nueva Zelanda”.

Lo vi. Por supuesto.

Google, a veces me parece que me conoces mejor que yo misma (miedo).

El documental narraba como una utopía fabricada en los años 60 funcionó. 

Hasta que dejó de funcionar.

Y es que la filosofía colaborativa basada en la paz, el amor, y lo que cada uno esté dispuesto a aportar, siempre parece darse de frente con lo mismo: nosotros.

Las rencillas, los resquemores, las envidias entre vecinos, las luchas de poder, los desacuerdos, las infidelidades y los conflictos no tardan en hacer acto de presencia.

El ego, en definitiva, es omnipresente.

Hasta en las comunidades que más reniegan de él.

Me recuerda a otras muchas cosas que suenan genial sobre el papel.

Y que luego se dan el batacazo en la práctica. Siempre por lo mismo: nosotros.

Las relaciones a distancia.

El comunismo.

El estilo de vida saludable.

La cultura empresarial preocupada por el bienestar del empleado.

Las energías renovables.

Me imagino que los ideales siempre conservan algunos focos de resistencia más o menos fuertes.

Y lo cierto es que quedan comunas hippies repartidas por todo el mundo:  la Ciudad Libre de Christiania en Copenhague (Dinamarca), Nimbin en Australia, el Bolsón en Argentina, The Farm en los EEUU,  Arempebe en Brasil y…cualquier lugar de La India.

En España también quedan algunos reductos: en Ibiza (faltaría más), en el Cabo de Gata en  Almería, en las Alpujarras de Granada (una de la más antiguas de Europa), en La Gomera (Canarias), e incluso en Galicia y León (no sé por qué, pero me chirría que haya comunas hippies en sitios fríos).

Son lugares que han nacido de una revolución a pequeña escala en contraposición a los valores típicos que rigen las sociedades occidentales modernas. Una revolución silenciosa de dar la espalda. Una revolución de libre albedrío, de inconformismo, de desinterés, de crear un sistema en contra del sistema.

Aún viviendo al margen, algunas han mantenido un pie en terreno reglamentado.

Y de manera bastante selectiva. Porque concentran su interacción con el “mundo exterior” en el turismo. Turismo que a veces emana de la mera curiosidad, pero que también busca proveerse de ciertas ventajas (y sustancias) fruto de los desahogados marcos legales que imperan en estas comunidades.

Así, acaban gravitado entre las críticas y la fascinación morbosa que suscitan, porque…¿quién no ha deseado alguna vez dejarlo todo atrás? Normas, horarios, compromisos sociales, impuestos, atascos, jefes, notificaciones. 

Pero al mismo tiempo, ¿quién está dispuesto a renunciar a la cobertura médica,a Netflix, a un baño caliente?

Nadie me ha preguntado mi opinión, pero si tuviese que dar un vaticinio sobre cómo serán los movimientos comunales, diría que se producirá una expansión de espacios de convivencia colaborativos, pero con más estructura (y comodidades).

Creo que muchos de ellos estarán enfocados en colectivos muy concretos (jubilados, nómadas digitales, veganos, etc) y que además irán adoptando nuevas formas (y estrategias de marketing más sofisticadas). 

El glamping, las eco-aldeas y el co-living son solo el principio.

Y es que las utopías, a veces, necesitan de lo que reniegan para sobrevivir.

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