Esta mañana desayuné con mi hermana en una cafetería con nombre de árbol frutal mediterráneo, pero en el corazón de la sierra madrileña. Tiene un piano desafinado, cuadros, libros apiñados en maletas – cortesía de la casa – sofás, mantas, espejos. Las paredes son de colores y las mesas de madera desgastada, pero aun oscura. El estilo se da un aire a algunos cafés de Amsterdam, pero sin impostar. Es extrañamente auténtico. Llevado por una familia. Y familiar. Enlazamos el desayuno con el aperitivo – ya que estamos – y no pasamos a las copas porque cierran a la hora de comer.

Pantelleria: la Perla Negra

Después de hablar de lo cotidiano, lo divino y lo humano, en un momento decidí deleitar a mi hermana con mi último descubrimiento: Pantelleria (Pantelaria en castellano). Atolón plantado en el Mare Nostrum – Perla Negra, la llaman –  curtida por vientos africanos, extraviada en la interpretación más lánguida de la dolce vita. Es roca volcánica, alcaparras, higos, calas, carros, ravioli con requesón y menta, cítricos, olivas, vino dulce, cactus, palmeras, cúpulas de cal. El Espejo de Venus. El Arco del Elefante. La Llana de Ghirlanda. Sencillez, plenitud, lentitud. Gloria.

Dijo Gabriel García Márquez “no creo que exista en el mundo un lugar más apto para pensar en la Luna. Pero Pantelleria es más hermosa. Las planicies interminables de roca volcánica, el mar inmóvil, las casas pintadas de cal…desde donde se ve, en las noches sin viento, las franjas luminosas de los faros africanos…fondos marinos que adormecen…al baño en cuencas humeantes de aguas tan densas que se puede hasta caminar sobre ellas..”

Poco más que añadir.

Bueno. Una cosa más. Fue escenario de “Cegados por el sol”, remake de La Piscine dirigida por Luca Guadagnino y protagonizada por Tilda Swinton y Ralph Fiennes.

– Eres indecente.

– Todo el mundo lo es. De eso se trata.

Turbadora, opresiva. Pero solo por ese intercambio ya merece la pena. Just saying.

La situación menos rara de «Cegados por el sol»

Lujo, misticismo y silencio

La película puso a Pantelleria en el mapa – o por lo menos en la wishlist –de muchos.

La villa de Giorgio Armani, las vacaciones de Truman Capote y la boda de Carlota Casiraghi también han tenido – mucha – responsabilidad en los editoriales que se le han dedicado como bucólico secreto bañado de misticismo y encarnación viva del slow life. Cómo anhelamos parar cuando es también, lo que a veces, más nos aterra.

A pesar de la publicidad, Pantelleria sigue ahí. Siendo ella misma. Orgullosa, indiferente.  Sin quedarse atrás, pero sin terminar de coger velocidad. A su aire. Como una vuelta perezosa en Vespa rallando el final del verano.

-El año que viene – le digo a mi hermana.

– Hecho – responde

Y entre esta y otras ensoñaciones, rematamos la última y nos marchamos caminando bajo la lluvia.

Continúa lloviendo toda la tarde. Café, periódico, música, velas. Y vuelve Pantelleria. O vuelvo yo. Qué más da.

Dammuso en Pantelleria

Hasta el año que viene

Pantelleria se me antoja extraña, como Lanzarote. Terruño disponible pero poco accesible. Reservado, ignoto. Pero hay algo más pululando en el trasfondo de mi cabeza. Es por Pantelleria, pero nada tiene que ver con ella.

El año que viene.

Eso es.

De manera tácita, automática e indiscutible nos hemos saltamos este año. Lo hemos descartado en la hoja de ruta del desplazamiento, de la planificación. Tirar los dados. Saltarse casillas por el poder que confiere el azar.

El subconsciente personal – y colectivo – nos dice que este año es la prórroga de un paréntesis que no terminamos de cerrar.

Continúa la neblina de la temporalidad, la incertidumbre, las cancelaciones, los amagos, las interrupciones de historias – eso, las que pudieron empezar- las restricciones, los toques de queda.

Se prolonga esa sensación de funambulismo. De estar contra las cuerdas. O con los puños atados por ellas.

El año acaba de empezar. Y ya lo hemos tachado de los parámetros de la antigua normalidad. Porque seguimos aferrándonos a la comodidad de sus reglas. Y vamos tirando, pero exprimiendo al máximo. Hablamos de cuánto hemos aprendido a apreciar esos pequeños placeres para seguidamente sumergirnos en alguna predicción de corte pseudo apocalíptico. Y vuelta a empezar.

Lo impredecible es el nuevo orden. Lo insospechado se filtra en la rutina. Lo inimaginable ya no lo es tanto. Lo imposible se torna real. Nos cerca, nos acecha. Y lo hace en ambos sentidos. Para bien y para mal, que dicen en las bodas. Porque los márgenes de la esperanza – y la desesperanza – se han estirado. En ambas direcciones.

“Como es arriba, es abajo”

Nuestro rasero de juzgar – y sentir – se ha alargado. Los extremos son más extremos.

La vida sigue. Y nosotros, detrás de ella.

Pantelleria, paciencia.

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