El otro día estaba con mi hermana – figura omnipresente en el blog– tomando unas cervezas – pasatiempo también omnipresente. Creo que hablábamos de Pantelleria cuando los efluvios etílicos nos motivaron irracionalmente y nos metimos en Skyscanner a mirar vuelos. Y digo irracionalmente porque seguimos confinadas. Como medio mundo. Y el que no, está blindado por tests, toques de queda, y restricciones que no prohíben pero sí disuaden. Mucho.

Omitiendo este pequeño detalle, nos metimos en Skyscanner como digo (una millenial tiene que hacer honor a su condición y dejarse absorber por el móvil cuando sale por ahí).

Lo normal es seleccionar fecha y destino, pero siempre utilizamos la funcionalidad sin fecha (mes completo) y sin destino (cualquier destino). Me encanta ese componente de azar. Sería el equivalente moderno a cerrar los ojos, darle un par de vueltas al globo terráqueo y poner el dedo en un punto cualquiera (que solía caer en océano, ¿verdad?).

Los resultados de búsqueda aparecen ordenados por precio. De más barato a más caro. Se muestran países, ciudades, escalas. Junto al importe, una pequeña foto en colores vivos del destino en cuestión, para darle ese pequeño empujoncito a una imaginación ya desatada. Me encanta. (¿Lo he mencionado ya?).

Algunos de los viajes más memorables – y extraños- han empezado lanzando los dados de Skyscanner (por si lo parece, aclarar que este post, desafortunadamente, no está esponsorizado por Skyscanner).  Una vez reservamos unos vuelos a Toulouse. El único factor de decisión fue el precio. Demasiado barato para dejarlo pasar. ¿Menú del McDonalds o viaje a una ciudad francesa cuca? No hizo falta más.

Toulouse, no reparé en que eras tan bella hasta que me topé con esos vuelos tan baratos

No sé si a causa del precio irrisorio o a que en el momento de la reserva habíamos bebido, el caso es que las dos – mi hermana y yo, por si había alguna duda – nos olvidamos del viaje. Unos días después, durante la sobremesa de una comida familiar mi madre comentó de pasada “¿esta noche os vais, no?”. “¿A dónde?” respondimos al unísono. Era domingo. No solíamos salir los domingos por la noche.  “Pues a Francia”, respondió en tono neutro. Nos miramos. Los invitados nos miraron. “No mamá, nos vamos en unos días” refutamos. “Creo que no. Os vais esta noche” insistió, lanzando de nuevo la pelota a nuestro tejado. Peloteamos un rato más y la seguridad con la que hablaba nos hizo consultar el email de confirmación de la reserva. Efectivamente, volábamos esa misma noche. Y el último autobús para poder llegar al aeropuerto pasaba en un rato. Tic tac. Corrimos. No, volamos. Encajamos algo de ropa y el cepillo de dientes en una mochila, e hicimos el check-in a la carrera. El resto de viaje fue aún más extraño – accidentado – que su comienzo. Pero no estoy en vena para más batallitas.

He de reconocer que igual que siento una atracción fatal por Skyscanner, también me da un puntito de ansiedad. Demasiados lugares al alcance de un clic. Exotismo, puestas de sol, aventuras, cafés perezosos, ruinas, personajes inclasificables, cambios de vida radicales. Reitero, a un solo clic.

Ese día en el bar, confinadas pero ilusionadas, hicimos la peor de todas las búsquedas. Y es que los precios de los vuelos se han desplomado. Ida y vuelta a Austria desde 22 euros. Londres, 28. Milán, 31. Emiratos Árabes Unidos, 155. Canadá, 265. Puerto Rico, 309. Japón, 376. Colombia, 394. Corea del Sur, 458. Estados Unidos ¡181!. Vale que era a Miami. Y no me gusta Miami. Nada. Pero…¡181!

Apartamos el teléfono. Le dimos un trago a la cerveza. El ánimo ya era otro.

Oh cómo nos elevas, eterna fuente de inspiración. Pero qué grande es la caída después

Y pensé: esto ha sido un quiero y no puedo. Un acto de masoquismo auto infligido. Una tortura gratuita. Un martirio sin sentido (no pretendía ponerme dramas pero creo que la ocasión lo merece).

Traté de olvidar lo de los vuelos.

Pero la semilla del demonio ya había empezado a germinar en mi cabeza.

Por suerte – o no – me llevó a otros derroteros: ¿cuántas veces nos convertimos en mártires con conocimiento pero sin causa? No es que no nos demos cuenta, no. Es como ver una piscina sin agua y tirarte de cabeza.  Como encontrarte con un puente desplomado y no frenar. O como saltar de un avión sin paracaídas (de verdad que no quiero darle demasiado dramatismo al asunto).

Mientras intentaba conciliar (saboteando) el sueño, pensaba en la de veces que incurrimos en esos actos de sacrificio fútil.

Volver con el tóxico/a.

Pegarte al escaparate de una pastelería estando a dieta.

Comprarte algo que te queda mal –o pequeño – porque es el último artículo o está rebajado.

Escribirle cuando llevas unas copas de más.

Tomar más de seis tazas de café cuando sufres de insomnio.

Seguir a tu ex en redes sociales.

Cantar en un karaoke (siempre quedará una prueba audiovisual).

Darlo todo por alguien que no da nada.

Beber demasiado en las fiestas de empresa. O cuando tienes una presentación al día siguiente. O un bautizo. O tu boda.

No desayunar (sabiendo que acabarás recurriendo a la bollería fría y seca de la máquina expendedora).

Salir con alguien casado.

Provocarle a quien sabes es como una bomba de relojería.

Hacerte un tatuaje con tu pareja (el amor puede ser ciego, pero la ruptura no).

Sabemos que pasará. Le abrimos la puerta a las consecuencias. Y les ponemos alfombra roja y servimos una copa de champagne helado a la entrada.

Te lo dije.

Atentamente, tu Intuición

No sé si se trata de masoquismo, de victimismo, de inconsciencia, de idolatría del riesgo, de sadismo, de sacrificio por amor al arte (¿quizás todos tengamos una pizca de artista romántico en nuestro interior?). Yo qué sé.

Supongo que la psicología lo habrá estudiado y habrá un término que lo describa.

Pero yo barreré para casa y lo dejaré en aquello que dijo Fyodor Dostoyevsky de que “el dolor y el sufrimiento siempre son inevitables para una inteligencia grande y un corazón profundo”.

Así que yo, con su permiso, dejo esto aquí.

Hay nuevas ofertas en Skyscanner.

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