Hubo un libro que me marcó de pequeña. No recuerdo el título. Ni el autor. Y el dios Google que todo lo sabe, todo lo ve, y todo lo oye, no me ha ayudado a encontrarlo. Tampoco me he deslomado investigando. Los recuerdos, a veces, mejor empañados.
Los primeros indicios de bibliomanía
Yo tendría unos siete años. La lectura se convirtió en mi obsesión. Lo hacía con fruición, rozando el ansia. Como los animales que comen deprisa, mirando de reojo, sin bajar la guardia. Engullía páginas. Me atragantaba con las palabras.
Comprendí entonces que el mundo era inabarcable. Que la magia existe. Que somos muchos. Y extraños. Que me perdería muchas cosas. Pero que se las iría ganando al tiempo. Página a página. Cada descubrimiento dotaba de posibilidad a mis pretensiones de fantasía. La imaginación de los escritores, las espoleaba.
Arramplé con todos los clásicos que me compró mi madre – Las Aventuras de Tom Sawyer, Sherlock Holmes, Veinte Mil Leguas de Viaje Submarino. La biblioteca del colegio fue mi siguiente coto de caza. Una vez finiquitada toda la colección de El Pequeño Vampiro – por aquel entonces aspiraba a ser uno – no me quedó otra que cambiar de género.
Un sueño infantil
No recuerdo cuál fue el proceso de decisión que me llevó al libro que me marcó. Probablemente había una niñita rubia en la portada cuyas facciones fácilmente podrían tornar en las mías. Y una insinuación de aventura.
La niñita rubia – hija única – se pone enferma. Sus padres la llevan al médico. El diagnóstico es demoledor. No le queda mucho de vida. Se decantan por la omisión. Ignorancia, bendito tesoro. Pero le preguntan: “¿qué es lo que más te gustaría en esta vida? Lo que sea. Cualquier cosa”
Primera – y última – aspiración. Un deseo extirpado de manera prematura. Un sueño sin madurar.
Ella responde que unos patines.
-No cariño…algo más grande.
La niñita rubia piensa. Y decide. Dar la vuelta al mundo en velero.
Bueno. Eso está mejor. El mundo es de los que sueñan grande.

Cierto es que planteaba algunos inconvenientes de tipo logístico.
Una vez resueltos – no recuerdo cómo; los pormenores organizativos no me debían quitar el sueño por aquel entonces – la familia emprende el gran viaje.
El horizonte como destino
Y la niñita rubia empieza a respirar salado. Y aprende a hablar con las manos. A responder con la sonrisa. Se ancla en el lenguaje universal. Juega con niños descalzos de ojos sabios. Come cosas feas, coloridas, deliciosas. Se familiariza con los estados de ánimo del mar. Y los observa, sin juzgar. El sol le tuesta la piel. Le calienta las entrañas. Le muestra la perfección del ciclo, la belleza de la lealtad. Se marea. Se divierte. Se aburre. Se duerme. El viento le curte la piel. Le foguea el alma. Se deja inundar de olores, visiones, sonidos, lecciones.
Crece, vive.
Se cura.
Fin.
Un señor spoiler. Lo sé.
Pero necesario para una moraleja tan exquisita como facilona.
Y no es apuntarse a un curso de vela.
O sí.