Emprendiste el Camino hace mucho tiempo. Tanto, que ni siquiera sabes el momento exacto. Tienes algunos recuerdos difusos de los comienzos. Están teñidos por una pátina de nostalgia. Algunos son bellos, como un paisaje en acuarela de tonos pastel. Otros, son feos. En lugar de exponerlos, los guardas en un baúl para que sigan cogiendo polvo, con la esperanza de que algún día se los coman las ratas.

Llevas muchos años caminando. Es parte de tu naturaleza. No concibes la vida de otro modo. Sabes que tu Camino es único. No porque otras personas no hayan pasado por los mismos lugares o hayan experimentado las mismas sensaciones – cansancio, traición, ilusión – sino porque la manera en que tú vives el Camino y lo que ocurre en él, es sólo tuya.

Img de Ani Adigyozalyan para Unsplash

No está siendo un Camino fácil. Has tropezado, te han sangrado los pies, has estado enfermo, has sentido mucho frío, el viento ha erosionado las arrugas de tu piel. El agotamiento te ha impedido avanzar.  La sombra de la duda ha encontrado las grietas de tu voluntad. Te ha sumido en las tinieblas. Las estrellas se han cubierto por un tupido manto. La luz del faro de tu misión se ha enturbiado. No sabías por dónde continuar. Así que has ido a tientas. Ya no ves el camino; lo creas con cada paso que das.

Has conocido a muchas personas. Algunas te han aconsejado, te han protegido, te han dado de beber cuando tenías sed. Otras, te han engañado cuando más débil estabas. Algunas se han convertido en un amor; otras, en una decepción. Ha habido maestros, ha habido ladrones, ha habido sanadores, ha habido déspotas, ha habido reyes, ha habido brujas, ha habido amigos.

Vas bien equipado. No te separas de una gran bolsa de cuero que siempre cargas a tu espalda. Nunca te desprendes de ella. Le tienes un gran apego. Al fin y al cabo, en ella guardas todo lo que consideras indispensable para seguir avanzando.

No recuerdas cuándo empezaste a llevarla; sólo sabes que se hace más pesada cada año. Por cada imprevisto, cada experiencia difícil, cada tropiezo, cada herida, metes algo más. Quieres estar preparado. Sabes que las posibilidades de que algo pueda ir mal son infinitas.  Mejor prevenir que curar.

El peso se hace cada vez más grande. Pero tus músculos también se hacen más fuertes. Te acostumbras a la tensión en el cuello, te convences de que el dolor de espalda es una mera molestia. Las rodillas ceden un poco. Empiezas a caminar más despacito para acomodarte a ellas. El cuerpo lleva la cuenta. Pero el instinto de supervivencia lo proyecta a hacer auténticas maravillas. Está todo bajo control. Te adaptas y eres capaz de alcanzar nuevos estados de equilibrio con cada incremento en el peso que llevas.

Quizás hayas perdido algo de agilidad. Y es innegable que ya no puedes saltar, ni correr, ni jugar, ni nadar, como hacías antes.

Hay momentos bonitos: un arcoíris, unos niños jugando, una fiesta en el pueblo, el reflejo del sol en un lago. Los disfrutas desde la distancia; sin participar en ellos.

La bolsa de cuero es demasiado grande, demasiado pesada, demasiado aparatosa.

Pero compensa. Sin bolsa no podría haber Camino.

Un tarde, el ocaso coincide con tormenta, y paras en una pequeña aldea. Es tranquila; casi parecería abandonada si no fuese por la luz tenue y anaranjada que sale de una posada.

Img de Annie Spratt para Unsplash

Entras a la taberna que hay en la planta baja. Te sientas y pides un caldo caliente. En una esquina, no lejos de ti, hay un anciano de barba blanca y palo de peregrino.

-¿Qué llevas en esa bolsa de cuero? – te pregunta.

-Llevo mis patrones, mis creencias, mis heridas, mis aprendizajes – respondes; y ante su silencio, aclaras – Me ayudan a estar preparado ante cualquier vicisitud que pudiera ocurrir en mi Camino.

-¿Quién eres? – te pregunta el Anciano por toda respuesta.

Le dices tu nombre.

-¿Quieres decir que si tus padres te hubiesen puesto otro nombre, tú ya no serías tú?

Te tomas un momento para responder. Eres reservado, pero crees detectar cierta burla en su tono así que decides ceder y darle algunos detalles más: dónde naciste, qué te apasiona.

-¿Entonces, quieres decir que si hubieses nacido en otro sitio y hubieses encontrado otra pasión, tú ya no serías tú?

De nuevo, te quedas pensando. Estás incómodo. Tras una larga pausa, contestas:

-Soy el cúmulo de mis patrones, mis creencias, mis heridas, mis aprendizajes.

-Entonces, si en vez de una historia de amor, hubieses vivido otra, tú ya no serías tú. ¿Es eso lo que quieres decir?

Te desesperas.

-Maldita sea – durante unos minutos solo se escucha el crepitar el fuego, la lluvia, y unos ruidos de fondo procedentes de la cocina  –  ¿Quién soy?

-Te diré quién eres porque ya lo sabes. Tú eres el Observador. Tú eres el que observa tus patrones, tus creencias, tus heridas, tus aprendizajes. Existes porque tienes conciencia. Conciencia de dónde has nacido, conciencia de tu pasión, conciencia del dolor, conciencia de tu cuerpo, conciencia del sol, conciencia de estar enamorado, conciencia de seguir caminando, conciencia de llevar una bolsa de cuero llena de tus patrones, tus creencias, tus heridas, tus aprendizajes – responde el Anciano, y añade – Aprende a observar en lugar de cargar, y serás libre.

Te guiña un ojo y se marcha.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *